domingo, 7 de julio de 2013

Se dice de nosotras. . .

Diego Farias vino a vernos a Martín Coronado y escribió esta hermosa reseña de nuestro espectáculo. Que la disfruten...

Progesterona2

Sábado a la noche. Salida. Teatro. Doce mujeres. Una chica vestida de novia te recibe y reparte dulces y dulzura. Buen comienzo.

El Teatro es un centro cultural con escenario, telón y butacas. Para muchos queda lejos, en Martín Coronado. Para mi no. Esa noche las artistas eran mujeres, todas.

Conozco a una, es amiga. Hace stand up. La voy a ver a ella. Me encuentro con otras once, una no pudo venir. Son las MUJERES QUEMANDO y todavía no sé bien lo que me espera.Conozco a una, es amiga. Hace stand up. La voy a ver a ella. Me encuentro con otras once, una no pudo venir. Son las MUJERES QUEMANDO y todavía no sé bien lo que me espera.


La novia que te recibía ahora reparte los dulces y la dulzura desde el escenario. Se encarga de los detalles y cómo si tuviera una varita mágica va haciendo aparecer a las mujeres y ambientando el escenario.
Dos borrachas copan la escena, aparecen las primeras risas del público y con ellas las primeras emociones. Van a ser muchas y muy distintas.
Las borrachas dejan el escenario prendido fuego y Mariana sale a mantener las risas contando sus peripecias y desventuras sociales.
El orden se me pierde pero las risas se alternan con la emoción que sale de la voz de Mara que arranca maldiciendo a capella y después se va a Tartagal en guitarra.
Y sigue el canto y las cosquillas en la panza cuando tres más se suben a jugar cantando. Hablan de una Isabela bela que bailaba en las caderas de mamá antes de nacer. Y cantan más, y las aplaudimos más.
A estas alturas el público ya sabe de que se trata la cosa. Las mujeres irán desfilando, y las sensaciones irán apareciendo. Sencillo.
Ahora hay una playa, dos turistas nos cuentan lo que ven y lo que ven es tragicómico. Finales inciertos, risas arriba. Más risas abajo.
Ahora hay silencio. Mucho. Tiene un vestido azul y por unos largos segundos nos da la espalda. Camina, se mueve, corre, frena. Baila como uno imagina que alguien bailaría si pudiese hacer llover. Hace llover, le da vergüenza y se va. Volvemos a respirar.
Le toca a otra con nariz de payaso. No tiene peluca. Quiere amor y tiene simpatía. Se lleva en su valija marrón besos varios del público. Me deja pensando que las cosas pueden ser muy simples, muchas veces sólo hay que pedirlas educadamente.
Quedan dos. Se visten igual, hablan igual, se tientan y quieren lo mismo. Entonces se suben a un auto y van a buscarlo. Roban, aman, matan y todo en menos de cinco minutos.
Ya va terminando la cosa. Pasaron todas. Quedaron todas.

En el saludo las miro una a una, están de blanco, sin sus narices de payaso, sin sus pelucas. No sé si son amigas. Mi mundo de hombres me hace ver difícil la relación de trece mujeres siendo amigas al mismo tiempo y con un proyecto a cuestas. En el escenario se las ve en armonía y todas se ganan su lugar con su arte, puede que la amistad les cruce el alma pero se subieron por otra cosa.



Están ahí una al lado de la otra, formadas pero distendidas. Antes del aplauso final trato de relacionarlas con lo que hicieron. A la de los besos la saco enseguida, a la que cantó y tocó la guitarra, también. Alguna se me escapa y no estoy seguro si es la mamá de Isabela o la borracha que acompañaba a la del acordeón. Pero están ahí, formando un semicírculo en un escenario de un centro cultural de barrio en Martín Coronado. Están ahí pero podrían estar en otro lugar, somos menos de cien personas pero podríamos ser miles. Hay talento, mucho, pero no salen a refregártelo por la cara. Salen a compartirlo. Eso quizás sea lo que mejor las defina.


Diego Farias